Ludovico era un niño bueno y alegre, vivía en un pequeño pueblo junto al mar, le gustaba el sol, el olor a hierba recién cortada y, en cuanto podía, pasaba las horas en el muelle, donde pescadores y gaviotas se peleaban en los barcos.
En el puerto, había un anciano de casi cien años que pasaba sus días remendando redes de pesca. Con paciencia y mucho mimo las cuidaba como si fueran joyas. Ludovico se sentaba a su lado durante horas y horas y le escuchaba. El anciano, rodeado de sus gatos, cosía sus redes, mientras cantaba historias de marineros.
Un día Ludovico le preguntó: "¿Por qué siempre cantas cuando coses las redes?".
El anciano respondió: “¿No lo oyes? ¡Las redes tocan... y yo canto! "
« Comment ça ? Ils jouent ? » demanda Ludovico, surpris.
"¿Cómo que tocan?" preguntó Ludovico con asombro.
“Tocan música cuando el viento las atraviesa”.
"¡Pero yo no oigo nada!" dijo Ludovico.
"¡Pues parece que estás un poco sordo!" concluyó el anciano.
A Ludovico no le gustó esa respuesta, por lo que comenzó a estar más atento. Estaba tan concentrado que escuchó el sonido de su respiración y el latido de su corazón y fue así como se dio cuenta de que:
El mar tocaba el piano, tranquilo o tempestuoso.
El aroma del jazmín hacía sonar los violines.
Las redes de pesca al viento tocaban las flautas transversales.
La lluvia tintineaba como campanillas.
Los limoneros tocaban las trompetas.
Ludovico era un niño muy especial. No se enteraba de las peleas de los adultos, pero escuchaba el sonido de la hierba que crecía.
No oía el ruido de los carros en la calle, pero escuchaba el sonido del mar en las conchas.
Caminaba por el pueblo con los ojos cerrados como si estuviera en un concierto de música clásica.
La gente lo miraba, se tropezaba con él a propósito, le gritaba, se burlaba de él, pero a él no le importaba en absoluto porque tenía mejores cosas que escuchar. Todos decían que era sordo y un poco loco, pero en realidad Ludovico simplemente podía oír cosas que nadie quería oír.
Al hacerse mayor, Ludovico viajó por todo el mundo para escuchar todos los sonidos posibles e imaginables. Siempre que volvía a casa, a su pequeño pueblo junto al mar, iba a ver al viejo casi centenario y siempre lo encontraba remendando redes de pesca, entre sus gatos, cantando historias de marineros.
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