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Foto del escritorZoé et Gaia

La historia del perrito feo de la playa

Actualizado: 15 jun 2021



***



Una mañana, mientras Gaia hacía yoga y Zoé preparaba café, se oyó un gran estruendo que salía del gallinero de Amélie.



"¡Otra vez en las mismas! Lo ha vuelto a hacer", pensó Zoé, alzando los ojos hacia el cielo.



"¡Venga, vamos allá", dijo Gaia con una sonrisa.





Fueron al gallinero y encontraron a Bo, dentro, acurrucado en el nido de Amélie, empollando sus huevos.



Y está dormitaba tranquilamente a horcajadas sobre él.



Bo era un perrito con gran instinto maternal y corazón inmenso.




Estaba convencido de que de cualquier objeto redondo podía nacer una nueva vida,


bastaba con empollarlo, quererlo y protegerlo...



La razón de todo esto era clarísima y evidente para Gaia y Zoé...



¡Y ahora te lo van a contar!




LA HISTORIA DEL PERRITO FEO DE LA PLAYA


Había una vez, en un lejano lugar, una hermosa playa, pequeña y tranquila, donde vivía un perrito feúcho, que no tenía nada especial, como cualquier de esos perros a los que nadie quiere.


No tenía amigos: los demás perros no lo querían con ellos porque no era suficientemente grande o fuerte, e incluso las gaviotas se burlaban de él porque era feo y le hacían muchas trastadas.



El perrito se sentía muy solo. Un día, mientras caminaba tristemente por la orilla del mar, vio algo emerger de la arena: era un pequeño brote, probablemente nacido del hueso de una fruta que él mismo había comido. Meneando la cola, se acercó y comenzó a olfatearla. Entendió de inmediato que la plantita estaba viva y decidió cuidarla.



Durante el invierno, la protegía con su cuerpo del viento, de la lluvia y del granizo. Durante el verano, la protegía del fuerte sol que podía haberla quemado y, a pesar del calor y la sed, nunca la abandonaba, porque la había convertido en su razón de vivir.




Para defenderla de las gaviotas que querían comerla, hasta se volvió agresivo y con el tiempo esas malvadas aves dejaron de molestarle.




Ha pasado mucho tiempo y el perrito feo sigue todavía allí, cerca de su protegida, que ahora, grande y robusta, le brinda refugio y comida. En las tardes despejadas a veces puedes verlos juntos, uno al lado del otro, mirando la puesta de sol, en ese rincón del mundo, lejano, muy lejano.



Dedicado a Luis Sepúlveda

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